Grazalema en los tiempos del Cólera. Las epidemias de 1.834 y 1.855.

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Luís Ruiz Navarro

Diego Martínez Salas

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La epidemia de 1.834

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El cólera morbo, cólera asiático o enfermedad del Ganges, como también se le conoce, es una infección intestinal, de tipo agudo y diarreica  que atacó  la península ibérica por primera vez durante los años 1833 y 1834.

Declarada por primera vez en Huelva en agosto de 1.833, fue extendiéndose por toda Andalucía, perdiendo fuerza conforme avanzaba el invierno, sin que al parecer llegase a afectar a  los pueblos de la Sierra.  (1)

Sin embargo, llegado el verano de 1.834, brotó con enorme virulencia afectando de lleno a Grazalema, Benaocaz y Ubrique, como se deduce de la prensa de la época que publicaba un informe del Presidente de la Junta de Sanidad de Cádiz de fecha 8 de julio en el que se anunciaba que “Ubrique se había declarado en estado sospechoso”,  y que  en Grazalema se habían declarado 66 enfermos, 46 curados y 15 fallecidos, durante el periodo que iba entre el 26 al 28 de junio de 1.834. (2)

El mismo periódico en su edición de 18 de julio informaba que desde el día 30 de junio al 2 de julio,  había en Grazalema 169 enfermos. 39 curados y 25 muertos.

La siguiente noticia en publicarse será el 10 de agosto en la que se decía que la enfermedad iba cediendo rápidamente en Jerez y con alguna más lentitud en Benaocaz, y Grazalema, si bien en Ubrique seguía su curso ordinario.

Finalmente con fecha 12 de agosto, la Junta Provincial de Sanidad anunció que había desaparecido enteramente el cólera de Grazalema, declinando notablemente en Ubrique. (3)

Poco más sabemos sobre este primer  brote de cólera en Grazalema, salvo el nombre del médico al que correspondió la dura tarea de afrontar la epidemia. Se trataba de don Juan José Fernández Borrego, al que su sobrino, el célebre Francisco Mateos Gago y Fernández dedicará años más tarde la edición de sus “opúsculos” diciendo:

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“…el cólera morbo asiático, que asoló a nuestro pueblo en 1.834 me sumió en los horrores de la orfandad. Seis años contaba yo entonces y ya había consumido la mitad de mi corta vida en las penosas fatigas del campo. De estas fatigas como de aquellos horrores me sacó usted, abriéndome como a mis hermanos y primos las puertas de su casa”. MATEOS GAGO,       Francisco. Obras. T. I. Pags. 1-8.

 

 

Francisco Mateos Gago

Francisco Mateos Gago, huérfano en la epidemia de 1.834, fue recogido por su tío en médico de Grazalema Juan José Fernández Borrego.

 

La falta de noticias sobre esta epidemia se debe en buena medida a la actitud de las autoridades municipales, que ocultaron todo el tiempo que les fue posible, la aparición de la enfermedad, minimizando igualmente en los informes que remitían a los Gobernadores Civiles el número de invadidos y fallecidos ante el temor de que por éstos se establecieran cordones sanitarios que aislasen a dichas poblaciones.

Desaparecidos los archivos parroquiales de Grazalema en 1936,  no podemos conocer la incidencia exacta de la enfermedad, aunque atendiendo a la población de Grazalema y a los índices de fallecidos que suelen manejar la historiografía en este primer brote de cólera podemos aventurar que pudo producir un mínimo de 250 muertos. (4)

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 El brote de 1.855

 

El Segundo ataque del Cólera, se produjo durante los años 1.854 y 1855, siendo Andalucía la región más castigada. En esta ocasión Grazalema tendrá el triste honor de ser una de las poblaciones más afectadas de la provincia.

En 1.854 Grazalema era una bulliciosa población de casi nueve mil  habitantes. De ellos, aproximadamente 4.000 se dedicaban a la producción de tejidos, curtidos y cordobanes. Otro numero respetable de sus habitantes se ocupaba de una importante cabaña porcina, y de la producción de  trigo, cebada, garbanzos, hortalizas, frutales, y  vino. (5) El resto, comenzaba a tomar el duro camino de Jerez durante el mes de septiembre para emplearse en las gañanías de su campiñas. Los que no se ocupaban como jornaleros, se dedicaban a la otra pujante industria serrana; el contrabando de sal y de tabaco, lo que en estos años generó más de un conflicto con las autoridades gubernativas, como cuenta un periódico de la época que el 26 de marzo de 1.885, indicaba como estos géneros ilícitos se compraban y vendían:

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 “… casi en público: por las calles, por las casas, por todas partes se ofrecen estas dos mercancías sin haber medios de evitarlo, pues donde, como en Grazalema, se ha pretendido procesar á los defraudadores, se ha opuesto el alcaide, alegando que tendrían que procesar a todo el pueblo.» (6)

 

 

La enfermedad se declaró en los pueblos de la Sierra durante los primeros días de junio. De inmediato se constituyó la Junta Municipal de Sanidad y Beneficencia, que presidida por Juan de Atienza, el mismo obstinado Alcalde al que nos referiamos antes, debía de estar integrada por el decano de los médicos, don Juan José Fernández Borrego, que ya vivió el brote de 1.835, el Párroco don Tomás Mateos García y otros empleados municipales y personas principales de la villa.

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Lady Tenyson, visitó Grazalema en 1.851, De su viaje por Andalucía nos dejó algunos dibujos como el que representa un entierro típico de la época, y que probablemente copi del Cementerio de la ermita de Los Ángeles que sabemos visitó durante su estancia en Grazalema .

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Las Juntas de Sanidad, adoptaron las medidas recomendadas por la Junta Provincial de Sanidad de Cádiz que incluso llegó a publicar unas “instrucciones relativas al Cólera Morbo realizadas por la Academia de Medicina y Cirugía de Cádiz” (7); y que pretendían garantizar la higiene pública y que consistieron en clausura de las escuelas, cárcel, y pozos de agua;la desinfección de los pozos negros, la recogida diaria del estiércol de las caballerías, y la expulsión de los muladares fuera de la población; prohibiéndose la cría de gallinas y otros animales dentro del pueblo en la creencia de que la enfermedad se transmitía por las emanaciones fétidas que viajaban por el aire, razón por la que igualmente se quemaban maderas y otras plantas aromáticas para combatirlas.

Por otro lado y ante la desaparición de los antiguos hospitales,  se optó por primar la llamada «hospitalización domiciliada», llevando a las viviendas de los enfermos la asistencia médica, farmacéutica e incluso la económica para que los más necesitados que fueron los mas afectados por la enfermedad, pudiesen subsistir. Esta última misión quedaba encomendada de ordinario a la Parroquia correspondiente, que no sólo prestaba los últimos auxilios a los moribundos sino que recaudaba fondos y distribuía los que la Junta obtenía de las contribuciones que solicitaba para combatir la enfermedad a los más pudientes.

Para combatir la enfermedad se recomendaba una esmerada limpieza en personas y casas, con el encalado de aquellas estancias y casas donde existieron enfermos, y que es el origen real del carácter blanco de nuestros pueblos; así como una rigurosa dieta de calidad, evitando los aires fríos,  calurosos, húmedos o impregnados de fetidez, o el calor excesivo. Algunas medidas lejos de mejorar a los enfermos empeoraban su estado, como la recomendación de provocar el vómito en los primeros momentos, o practicar lavativas y sangrías que debilitaban en exceso al paciente. Piénsese que el cólera producía una deshidratación severa, por las constantes deposiciones y que se contagiaba oralmente por la ingesta de agua o alimentos infectados por la bacteria, el contacto con las ropas contaminadas por las heces de los enfermos, y la falta de higiene personal (manos sucias etc.,)

Clausurado por el gobierno en enero de 1855 (8) el antiguo y pequeño cementerio que había sido construido en 1.806, tras la prohibición de los enterramientos en las iglesias, y que se encontraba anejo a la Parroquia de la Encarnación, en el lugar conocido como «huerto del Cura» (9)); pronto las necrópolis del Calvario y de la ermita de Los Ángeles quedaron llenas. Muchos recuerdan como hasta los años sesenta del siglo XX, el Calvario estaba repleto de lápidas abandonadas en las que invariablemente se mencionaba al cólera como motivo de la muerte de sus antiguos propietarios.

Agotados los enterramientos  el Ayuntamiento se vio en la obligación de realizar una fosa común en el camino de la ermita de los Ángeles, al otro lado del río y que desde entonces se conoce como “Huerto de las Ánimas”, en recuerdo de los cientos de grazalemeños que allí descansan esperando el día de su resurrección.

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Hasta la construcción de la nave donde se encuentra el Tanatorio, aún se podían ver los muros de las casas del Huerto de las ánimas. Hoy sólo se conservan la casa construida por Atanasio y Tere que han sustituido a las de la foto . En el mismo banco Fransquita «La muerte» vendía los chumbos que pelaba y cuyas cáscaras arrojaba a un cubo de latón. Al final se contaban las cáscaras. Diez una peseta, recuerda Concha Navarro. Foto. Colección Luís Ruiz Navarro.

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Foto de Vicente Roman. Vista actual del camino del Huerto de la Ánima, sin los restos de las casas- Entre los muros de una de ella se podía ver una enorme piedra que según la tradición quedó allí durante el terremoto sin herir al matrimonio de viejecitos que habitaba la casa y que asustados por el terremoto se encomendaban a la Virgen de los Ángeles.

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Vista de Grazalema desde el Huerto de las Ánimas. Foto Francisco Diánez Guerrero

La fosa se encuentra a la altura del antiguo “banco redondo”, que se ubicaba a escasa distancia de los “Siete Pinos”.

Algunos para evitar el dolor de ver a sus seres queridos condenados al anonimato de una fosa común, los enterraban o emparedaban clandestinamente dentro de sus propias casas.  Los grazalemeños de mas edad recordarán como algunos de estos restos aparecieron al cabo de lo años entre las paredes de algunas de las casas mas antiguas, al realizarse en ella demoliciones y reparaciones.

Catalina Palacios Marín y Teresa Mateos Rincón, tatarabuelas de las hermanas Salas Organvídez, (Ana, Isabel, Antonia y Angeles) contaban como siendo niñas,  pudieron ver como los dueños de la casa nº 25 de la Calle Arcos, enterraron en el zaguán de dicha casa a su hermosa y llorada hija única de tan solo quince años, vestida de blanco y rodeada de flores que era como se enterraba antiguamente a las niñas vírgenes y a la que no se vieron capaces de arrojar a la fosa del huerto de las ánimas.

Los entierros se realizaban sin mayores formalidades. Un pañuelo atado en la reja de la casa, señalaba a los miembros de las rondas de la Junta Municipal, la existencia de un fallecido, que una vez amortajado era recogido por la “Tía Perejila” a la que otros llamaban también «Tía bellotera». Esta anciana, que bajo su tradicional mantilla de tiro negro que la cubría casi totalmente, y le daba el aire de una auténtica parca portadora del destino final de los fallecidos, ataba los cadáveres a los lomos de su burra,  y los conducía hasta la fosa excavada en el huerto de las Ánimas, donde eran arrojados sin mayor ceremonia, acompañamiento ni rito que el de una paletada de cal, mientras que mordisqueaba de forma indiferente las hortalizas que les daban en las casas de los difuntos, como parte del pago de sus servicios.

Ni siquiera las campanas tocaban para acompañar el viático ni para anunciar el fallecimiento de aquellos desgraciados, porque su lúgubre y continuo sonido producían un hondo desánimo en la población.

El temor se agravó cuando durante el mes de agosto, fallecieron la mayoría de los empleados de la municipalidad que auxiliaban a la Junta  en la lucha contra la epidemia, a los que siguió nuestro incansable alcalde que en ningún momento había dejado de asistir abnegádamente a sus convecinos.

 

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Nº. 25 de la Calle Arcos, en cuyo zaguán se enterró a una de las víctimas de la epidemia.

 

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Acto seguido, enfermó gravemente el decano de los médicos de Grazalema don Juan José Fernández Borrego y tras él, el joven y estudioso doctor don Antonio Sierra Sánchez. Estando en el lecho ambos facultativos,  el tercero de los médicos de la Villa, faltando a la fidelidad de su juramento hipocrático, tomó las de Villadiego, «…abandonando a sus compañeros en el lecho del dolor», que el mas joven de los doctores no podrá ya abandonar, falleciendo a los pocos días. (10)

La virulencia y mortalidad de la enfermedad eran tales que muchos testimonios de la época contaban como podías despedirte alegremente de una persona sana al anochecer y como ésta podía enfermar y no llegar a ver la luz del alba. Y es que el cólera podía acabar con la muerte por agotamiento, deshidratación, asfixia o congestión pulmonar, en tan solo seis horas desde la aparición de sus primeros síntomas.

Ante este panorama, cundió el pánico y el temor. Toda familia con posibles abandonó Grazalema, dejando en el pueblo a los mas pobres y desvalidos, cuya situación se veía agravada, al no quedar ni brazos caritativos que les asistieran ni recursos para socorrerlos, pues estos debían de ser aportados teóricamente por las personas más adineradas que eran precisamente las que antes abandonaron la villa.

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Parecida a estas mujeres debió de ser la imagen que la Tía Perejila ofrecía con su larga toca o mantilla de tiro cubriéndola desde la cabeza hasta mas allá de la cintura, en una imagen desaparecida de Grazalema no hace tantos años.

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Cuentan que el Alcalde había sido requerido por el Gobernador Civil de la provincia para que le telegrafiara diariamente dándole cuenta de los habitantes que se marchaban o morían a causa de la enfermedad y que uno de los últimos telegramas que envió antes de morir indicaba lacónicamente: “No quedan habitantes para una semana”. (11)

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Por si fuera poco para el desolado ánimo de los habitantes de Grazalema, el 28 de agosto se declaró una importante tormenta con pedrisco que asoló varios pueblos de la sierra, «anegando casas y ocasionando avenidas y destrozando el plantío de huertas, viñas y arbolado de los montes». (12)

 

Desaparecido el Ayuntamiento, asumirá toda la responsabilidad don Tomas Mateo García, Párroco y Arcipreste de Grazalema que intentará reanimar el espíritu de  una población desmoralizada, reorganizando los abandonados servicios municipales. Para ello se rodeó de las escasas personas de ánimo y capacidad  que quedaban en el pueblo, y cuyos nombres desgraciadamente desconocemos a excepción de la identidad de D. Ramón Segovia   (13)

A principios de septiembre, la prensa nacional se hizo eco de la situación de Grazalema en la que se mantenía la epidemia en toda  su letalidad, como se deduce de la noticia publicada el día siete de dicho mes en la que se expresaba que la situación en Grazalema era digna de lástima y que “en un solo día murieron 43 personas.” (14), lo que obligó  a la “Tía Perejila” a transportar los cadáveres  de dos en dos.

A mediados del mes, las autoridades consideraban que la situación de Grazalema era la más apremiante en la provincia.  Así resulta de la noticia aparecida en la prensa el 14 de septiembre en la que el Gobierno Civil daba cuenta de la aplicación de una generosa donación efectuada por Giorgio Ronconi, famoso barítono Italiano que en aquellos días visitaba la ciudad de Cádiz:

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“Permitiéndome interpretar los deseos de usted en el sentido de acudir al socorro de la necesidad pública más apremiante, y siendo en estos momentos la situación de la villa de Grazalema de esta provincia la más aflictiva y desgraciada que pueda concebirse, á causa de la epidemia del cólera-morbo que la ha invadido con espantosa intensidad, he destinado entre otras cantidades los 2,000 reales para auxilio de los pobres y enfermos de dicha villa”. (15)

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Teresa Mateos Rincón

Algunas de las historias aquí narradas son fruto de la tradición oral procedente de Teresa Mateos Rincón (en la foto) y Catalina Palacios Marín, que vivieron la epidemia de 1.855 cuando eran niñas. Teresa vivía en 1.850 en la casa 366 de ka Calle Empedrada o del Santo Cristo.

 

 

La llegada de estos auxilios, coincidió con las distintas rogativas que muchas villas organizaron, durante los día de la festividad de la natividad de la Virgen, fecha en la que muchas poblaciones celebraban sus fiestas patronales. En Ubrique aún se celebra anualmente el voto realizado a la  Virgen de los Remedios, que es sacada en la segunda semana de septiembre en recuerdo de la rogativa efectuada ese mismo mes de 1.855 y tras  la cual cesó la epidemia.

Ninguna noticia más se publicó en la prensa sobre la epidemia de cólera en los pueblos de la serranía, por lo que hemos de estimar que desapareció totalmente, volviendo la paz a Grazalema, al menos  durante los meses siguientes, hasta que:

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“….con fecha 29 de enero de 1.856 se dejó sentir un terremoto en Grazalema, que en el espacio de una hora se repitió siete veces. Ha causado grandes estragos, pues montes han desaparecido, sumergiendo muchas casas de campo. Ante los terribles efectos de la convulsión terráquea, los habitantes de aquel pueblo huían despavoridos por los campos en busca de asilo donde refugiarse.” (16)

 

Según Francisco Diánez Guerrero, buen pateador de lugares  e historias de Grazalema, aún pueden verse los restos de uno de los movimientos de tierra producidos por este terremoto en la Cañada del Espinal en la Sierra Morena, donde se hundió la casa que allí había, cuyos restos aún pueden apreciarse, desapareciendo literalmente mientras que sus habitantes se encontraban providencialmente en el pueblo. Desde  entonces cuando llueve,se forma una laguna que en otros tiempos era aprovechada por algún zagal para bañarse.

Fin de la Epidemia

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Desaparecido el Cólera, el Gobernador Civil y la Diputación Provincial impresionados por la conducta ejemplar del Alcalde de Grazalema, que supo mantenerse en su puesto auxiliando a sus vecinos hasta el fin y para que sirviera de perpetua memoria y ejemplo, ordenó erigir la monumental lápida que preside desde entonces al Salón de Plenos del Ayuntamiento y que dice:

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Foto: Miguel Martínez Salas

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Salón de Plenos del Ayuntamiento de Grazalema. Foto: Miguel Martínez Salas

 

 

Por su parte, el Gobierno de la nación por  Real Orden de 18 de marzo de 1.856, reconoció el sacrificio del joven doctor don Antonio Sierra Sánchez, mediante la concesión de un socorro extraordinario de mil reales para asistir a los hermanos y madre del joven y llorado médico.

Finalmente por Real Decreto de 7 de julio de 1.857 y como premio a los “méritos y servicios contraídos durante la horrorosa época del cólera”, S.M. la Reina Isabel II concedió al Párroco de Grazalema el Doctor don Tomás Mateo García, la más alta condecoración del estado, nombrándolo Caballero de la Orden de Carlos III. (17)

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En el Catálogo monumental de la Provincia de Cádiz de 1.907, figuraba esta foto con algunas de las joyas existentes en la Parroquia de la Encarnación, entre las que se encontraba la encomienda de Carlos III recibida por don Tomás Mateos.

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En el Archivo Histórico Nacional hemos encontrado el acta que se levantó con motivo de la ceremonia celebrada en la Iglesia Parroquial de Grazalema por la que se le cruzó de Caballero, el día 9 de diciembre de 1.857, y que estuvo presidida por el Sr. don Basilio Peñalver y Cuenca, Caballero de la Orden de San Juan, hallándose presentes en dicho acto:

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«…don José Benítez Chacón, que ofició como Maestro de Ceremonias y Padrino del pretendiente, Don Marcos Benítez García, Diputado Provincial, Don José Carrasco, Alcalde en unión de varios concejales del Ilustre Ayuntamiento, don Manuel Rosado Ilbudion Juez de Primera Instancia de Grazalema, Don Francisco de Rueda Barreda, Promotor Fiscal, Condecorado con la Cruz del Sitio de Sevilla, los Doctores y Catedráticos de la misma Don José Gago Fernández y don Francisco Gago Fernández, Presbítero, Don José María de la Sierra, Don José Fernández Borrego, médico titular, Don Francisco José Fernández, Presbítero y Teniente Cura de Benamahoma, Don Andrés Pérez, Presbítero y vecino de Cortes y otra muchas personas notables de esta villa»  (18)

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Ampliación de la foto anterior. Encomienda de Carlos III

 

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Aunque el cólera volverá a visitar España durante los años 1863 y 1885, no mostrará la agresividad de los anteriores brotes; sin que Grazalema, se viese afectada especialmente; si bien el Gobierno en previsión de mayores males y necesidades ordenó la construcción del actual cementerio municipal durante el año 1.863:

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 “…conforme al proyecto ya formulado y al presupuesto de 538,426 reales que parece ha sido aprobado después de algunas modificaciones que la dirección de beneficencia ha considerado oportunas.” (19)

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No queremos terminar el presente artículo sin volver a mencionar a la «Tía Perejila», que a pesar de haber enterrado a los cientos de fallecidos por la epidemia, con el peligro que la manipulación de las ropas y los cadáveres conllevaba, no se vio invadida por el cólera, viviendo bastantes años más hasta que la muerte se la llevó de «puro vieja», como perpetuo recordatorio de la falta de domino que tenemos sobre nuestro propio destino, la debilidad de la naturaleza humana y el poder de la providencia divina, suprema autoridad y señora de la vida y la muerte de todos los humanos.

 

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Nuestro agradecimiento a Isabel Salas Organvídez, Concha Navarro y Francisco Diánez Guerrero cuyos comentarios nos han servido para redactar esta entrada.

NOTAS.-

(1) Según comunicación del duque de Bailén, presidente de la Junta Suprema de Sanidad, los puntos epidemiados el 1 de octubre de 1833, fecha en la que la enfermedad comenzaba a retroceder eran: Huelva, Gayamente, Sevilla, Coria, La Puebla, Dos Hermanas y los sospechosos: Alcalá de Guadaira, Alcalá del Río, La Rinconada, Badajoz, Olivenza y Valverde de Leganés.

(2) El Eco del Comercio. Edición de 15 de julio de 1.834.

(3) Eco del Comercio. 21 de agosto de 1.834.

(4) Estaban Rodríguez Ocaña. Morbimortalidad del cólera epidémico de 1833-1835.

(5) MADOZ Pascual. Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar.

(6) La Esperanza. 26 de marzo de 1.885.

(7) Instrucciones relativas al Cólera Morbo realizadas por la Academia de Medicina y Cirugía de Cádiz. 1.854.

(8) La República. 1 de febrero de 1855.

(9) Rafael Gómez Marín, GEOGRAFÍA DE LA IGLESIA DE MÁLAGA. Málaga, 2010, tomo II: “PARROQUIAS fuera de la ciudad episcopal”, p. 407 – 411.En el Cabildo de la Catedral de Málaga, el día 1 de abril de 1806, “se leyó una carta del Ayuntamiento de Grazalema de 21 de marzo en que solicita se le ayude para el costo de poner paredes al Cementerio”.

(10) LA IBERIA En la inmediata villa de Grazalema está haciendo estragos horrorosos la epidemia , habiéndose ausentado de ella el único facultativo que queda bueno, abandonando en el lecho del dolor a sus dos compañeros, y a uno de ellos, el estudioso y apreciable joven don Antonio Sierra, de bastante gravedad. Ha sido victima de tan cruel azote el alcalde, algunos dependientes de la municipalidad y muchas personas notables, lo que ha hecho se apodere el pánico de aquelfa desgraciada población, á la que han abandonado casi todas las familias regularmente acomodadas, hallándose en el estado mas lamentable y digna de la mayor consideración de parle del gobierno de S. M. y de las autoridades de esta provincia pues necesita prontos y eficaces auxilios.

(11) PEREZ REGORDAN. Manuel. Grazalema y Benamahoma.

(12) La Esperanza 5 de septiembre de 1.856

(13) Necrológica publicada el 7/1/1889 en “La Iberia”.

(14) La Época. 7 de septiembre de 1855.

(15) La Iberia 14 de septiembre de 1855.

(16) Diario de Avisos de Madrid 11/2/1856.

(17) La España. 17 de septiembre de 1.857.

(18) Archivo Histórico Nacional. Estado. Legajo 7396.

 (19) La España 7/8/1863.

 

Publicado el May 13, 2015 en Uncategorized y etiquetado en , , , . Guarda el enlace permanente. 2 comentarios.

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