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Dos reseñas periodísticas de la Grazalema de 1.926: El Padre Arnaiz, la constitución de la Adoración Nocturna de Grazalema y el fallecimiento de Cándido Ruiz.

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 Luíz Ruíz Navarro

Diego Martínez Salas

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Durante el primer tercio del Siglo XX, la religiosidad en Grazalema se ve marcada, por un proceso de secularización (por no decir de descristianización) y por un progresivo anticlericalismo que llegará a su cenit durante la década de los años treinta.

Sin embargo, como respuesta a este proceso, se produce paralelamente una revitalización de la vida religiosa, en buena parte centrada en los laicos, cuyo papel va aumentando a través de un asociacionismo religioso.

En Grazalema este “resurgir” religioso se verá promovido y fuertemente tutelado por la figura del sacerdote don Carlos Jiménez, Arcipreste de Grazalema que siguiendo las indicaciones de su Obispo, el futuro Beato don Manuel González, promueve el llamado “devocionalismo”, [1]  forma de religiosidad caracterizada por suponer una evolución desde la piedad individual, sentimental y romántica propias del S. XIX a expresiones y formas de religiosidad más sólidas, y doctrinalmente más respaldadas, entre las que destacan el culto a Sagrada Eucaristía, al Sagrado Corazón de Jesús y la devoción a la Santísima Virgen María que se consideran como el medio de alcanzar la regeneración moral en el mundo.

Tras la constitución de la Obra de las Marías en 1.916, destinada al culto del Santísimo por las mujeres de Grazalema, le llegó el turno a la fundación de la Sección grazalemeña de la Adoración Nocturna, que es una asociación de fieles (en aquellos años sólo varones) que, reunidos en grupos, se turnaban y aun lo hacen para adorar en la noche al Señor, presente en la Eucaristía, en representación de la humanidad y en el nombre de la Iglesia. Los adoradores, una vez celebrado el Sacrificio eucarístico, permanecen por turnos ante el Sacramento, rezando la Liturgia de las Horas y haciendo oración silenciosa.

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